Historia de la Maratón de NY (los 90’s)

El adiós a Fred Lebow

Grete Waitz es historia de la Maratón de Nueva York. La noruega volvió a la Gran Manzana en 1990, tras dos años de lesiones. Terminó cuarta y eso aceleró el anuncio de su retirada a nivel profesional. Dos años más tarde, vivió una de las experiencias que más le marcaría. Grete Waitz quiso acompañar en 1992 a Fred Lebow, en el que es, quizás, el momento más emotivo de la historia de la Maratón de Nueva York.

Con 60 años, el director de la prueba padecía un cáncer cerebral, y no quiso irse de este mundo sin correr la (su) Maratón de Nueva York. Él había participado en 69 maratones, incluyendo la inaugural de Central Park en 1970. Pero, hasta entonces, nunca había podido participar en la de Nueva York como tal, por sus ocupaciones como responsable de la prueba. Así que, cuando el cáncer parecía no tener remedio, se hizo la promesa de correrla. Los médicos le aconsejaron que no tomara riesgos y que no era necesario acabar, pero ese consejo chocaba frontalmente con la mentalidad infatigable de Lebow.

Eligió como acompañante a Grete Waitz que, con el paso de los años, se había convertido en una buena amiga. Durante la carrera, ella le hizo que parara a andar de vez en cuando. A pesar de que la noruega tuvo que ir a un ritmo mucho más lento del que había estado acostumbrada, dijo que había sido su mejor Maratón de Nueva York. Terminaron juntos en 5h32’34’’, entrando en meta con las manos entrelazadas, llorando y abrazándose. Lebow besó el suelo cuando cruzó la meta: había sentido el calor de los neoyorquinos, que aplaudieron su determinación.

Fred LebowPoco antes del 25 aniversario de la prueba, en Octubre de 1994, Fred Lebow murió. Hoy, todos los corredores le rinden homenaje cuando pasan junto a su estatua a la entrada de Central Park, a la altura de la East 90th Street. Impasible, con su gorra calada y su barba, mira un cronómetro, como si el tiempo se hubiera detenido. Una estatua que, durante la semana de la maratón, se coloca junto a la línea de meta, al lado del Tavern on the Green. A Lebow le sucedió en el cargo de director de la carrera Allan Steinfeld.

Una de las imágenes más insólitas

Fue protagonizada ese año por el mexicano Germán Silva: en la milla 26 lideraba la prueba junto a su compañero de entrenamientos Benjamín Paredes, a la altura de South Central Park. A ambos les escoltaba una moto y el camión de prensa. Este último tomó un atajo una manzana antes de cuando lo tenían que hacer los corredores, para así llegar a la meta y poder cubrir la llegada. Eso despistó a Silva, que siguió ese camino.

En ese momento un policía le avisó, el corredor se dio cuenta de su propio error al no ver público en esa zona, volvió hacia atrás, aceleró con la descarga de adrenalina y adelantó a Paredes, llevándose el triunfo por sólo 2 segundos. La campeona en categoría femenina, la keniana Tegla Loroupe, se convirtió en la primera mujer africana en ganar una gran maratón. Luego vendrían unas cuantas más…

Uno de los nombres a olvidar en la Maratón de Nueva York es el de Rosie Ruiz. Con un tiempo de 2h56’29’’, consiguió en 1989 clasificarse para la Maratón de Boston, una prueba que se adjudicó al año siguiente. Pero, tras su victoria, una fotógrafa se mostró escéptica por su registro, diciendo que en Nueva York había coincidido con ella en el metro desde West 4th Street en Greenwich Village hasta Columbus Circle. Ruiz le había dicho a la fotógrafa que había tenido que abandonar la carrera por lesión.

Cuando llegaron a Central Park, Ruiz todavía llevaba puesto el dorsal y pudo cruzar la meta sin ningún tipo de inconveniente. Lógicamente, al año siguiente fue descalificada. Además, pasó una semana en la cárcel. Desde entonces, hubo que buscar métodos para evitar que los tramposos no hicieran todo el recorrido. Uno de ellos es el de colocar chips en las zapatillas de los corredores (se hace desde 1997) y alfombras electrónicas cada 5 kilómetros.

La irrupción de los atletas africanos

Hasta ese momento, estos tenían muchas restricciones para salir de su continente. Mike Boit, un ex atleta de 800 metros, ayudó a que se cambiaran esas reglas. Abrió las puertas en ambas direcciones, permitiendo a los corredores competir internacionalmente y a los agentes ir a Kenia para trabajar con ellos. Ya en 1987 Ibrahim Hussein se había convertido en el primer africano en ganar aquí. La primera oleada de atletas de ese país comenzó con Tegla Chepkite Loroupe que sumó, a la de 1994, la victoria en 1995, una semana después de la muerte de su hermana. Dos años más tarde, John Kagwe encendió la mecha con dos triunfos seguidos y arrancaría un ciclo que aún no tiene fin: desde entonces, al menos un keniano se ha subido al podio de Nueva York.

Una curiosidad para 1996: el triunfo de una rumana que, quizás, sólo pase a la historia por ganar la Maratón de Nueva York y por tener un nombre palíndromo: Anuta Catuna. Sí, ya sé que lo has intentado comprobar leyendo de izquierda a derecha y de derecha a izquierda, como yo hice la primera vez que lo vi.

En 1997 John Kagwe ganó, a pesar de sus zapatillas: las había comprado un par de días antes, uno de los peores errores que puede cometer un maratoniano, y más si es profesional. Sin haberlas usado apenas, los cordones se le desataron varias veces en los kilómetros finales, y Kagwe tuvo que pararse a atárselos. Incluso así pudo ganar, con un tiempo de 2h08’12’’, a sólo 12 segundos del récord de la prueba.