En el Cielo

Mi ritual para almorzar cada lunes después de la Maratón de Nueva York

Esta es la típica historia que aspira a ser un cuento de Navidad con final feliz. Veremos si las redes hacen su magia. Por probarlo, que no quede… Pero, primero de todo, el contexto: lo más cerca que he estado del cielo en mi vida ha sido con una Burger Heaven Burger, una hamburguesa con cebolla caramelizada, salsa especial de la casa y queso americano. Acompañada por aritos de cebolla y limonada XXL, era el mejor premio que me daba después de correr la Maratón de Nueva York. Ir al Burger Heaven, una hamburguesería en la calle 53 con la 5ª Avenida, muy cerca del MoMA y al lado del coqueto Paley Park, se convirtió en una tradición desde que mi compañero Ángel Gámiz nos llevó en 2008 tras estrenarme corriendo por las calles de la Gran Manzana. Desde entonces, cada lunes post maratoniano cumplía con mi ritual haciendo peregrinación hasta este lugar celestial. No sólo por su nombre, Heaven (el cielo), sino por ese merecido homenaje gastronómico. Y así ha sido durante los 12 años que he participado en esta carrera. Aunque el último, en 2019, con un inesperado desenlace que te contaré más abajo.

Algo más que hamburguesas…

Antes, las razones por las que pretendo que esta historia se convierta en ese típico cuento de Navidad con final feliz. Durante los años que fui al Burger Heaven, tuve la suerte de conocer a una de sus camareras. Espero que me perdone, pero no recuerdo su nombre. Tengo memoria de pez. Tenía la esperanza de que lo llevara escrito en una chapa sobre su camisa, como ocurre en otros restaurantes pero, al mirar la foto de nuevo, me he llevado una desilusión. El caso es que, año tras año, me iba encontrando con esta mujer de origen dominicano que podría rozar los 60 años. Como secreto, te desvelaré que me inspiré en ella para el personaje de Carmela en mi novela “Cuándo fue la última vez que hiciste algo por primera vez”. Los que la hayáis leído, sabréis lo importante que es en la historia y habréis podido por fin ponerle cara.
Cada lunes posterior a la maratón, nos veíamos de nuevo, nos dábamos un abrazo y nos poníamos al día. Nunca le pedí el teléfono ni la busqué por redes sociales para contactarla. Quería que la vida nos fuera marcando el camino. Así que cada año, después de correr la maratón, caminaba hasta el Burger Heaven con el ánimo de volver a verla, pero con la incertidumbre de si habría ocurrido algo que lo impidiera. Supongo que a ella le pasaría lo mismo. Ahí estuvo la magia de esta bonita amistad. Pero también el riesgo…

Lo que me pasó el último año que corrí…

Al terminar la Maratón de Nueva York en 2019, la última que corrí por cierto, me apresuré a cumplir con mi ritual de los lunes: ir al Heaven para comerme esa hamburguesa celestial. Pero mi sorpresa llegó cuando me encontré con el restaurante cerrado. Miré en el local que había un poco más arriba, por si me había confundido, y también en el de más abajo. Pero no, estaba en lo cierto cuando leí en el cartel colgado en la puerta que se habían trasladado unas calles más al este, en Lexington Avenue. Me apresuré con el corazón en un puño, para llegar a la dirección indicada. En esos pocos minutos me rondaron multitud de pensamientos, desde los más optimistas hasta los más pesimistas. Rogué que la hubieran trasladado a ella también. Nada más entrar, miré a mi alrededor. Ni rastro. Pensé que la podían haber cambiado de turno y que, al no tener mi contacto, no pudo avisarme. Pero mis temores se confirmaron cuando pregunté por ella. Nadie la conocía. Enseñé a otros camareros la foto que llevaba en el móvil. Ni idea. Pregunté cuándo era el cambio de turno y alargué el almuerzo con un cafe esperando a que los nuevos camareros se incorporaran. Pero ninguno fue ella. Me maldije por no haberle pedido el teléfono en su momento.

Desde entonces, me pregunto qué habrá sido de ella. Si seguirá trabajando en otro restaurante. Si estará bien. Si se habrá jubilado. Si habrá tenido nietos. Si seguirá viviendo en Nueva York… Desde entonces recuerdo aquella sonrisa familiar con la que me esperaba cada lunes de noviembre a que yo llegara para contarle cómo había ido la maratón. Desde entonces no he podido olvidar el cálido abrazo que nos dábamos al despedirnos y citarnos para el año siguiente. Y he caído en la cuenta de que no iba al Heaven por la hamburguesa, o por los aritos de cebolla, o por la limonada XXL. Por lo que iba realmente era por volver a encontrarme con ella. Aquello era realmente lo que me hacía sentir en el cielo.