“Voy a volver a por la revancha”, por Silvana María Innella

La corredora uruguaya nos cuenta su testimonio en la Maratón de Nueva York

En 2012 tuve la suerte de conocer Nueva York con mi esposo. Veníamos de la búsqueda de ser padres (que no se daba) y se alinearon los planetas como para poder hacer este viaje. La ciudad me deslumbró desde que pude respirar su aire, escuchar sus sonidos, esos contrastes que te dejan perpleja. Es como si viviéramos nuestra propia película en cada esquina. Dudo que otro lugar en mundo me haga sentir así.

Mi suerte es la de tener una hermosa familia, hoy con 3 hijos y un marido del que estoy enamorada y soy correspondida cada día. Siempre digo que algo hice muy bien en otra vida para merecer la que tengo y, sin dudas, esa otra vida transcurrió en Nueva York (esa ciudad me puede). La cuestión es que yo corría desde antes de casarnos, pero nada loco. Desde la vuelta de ese viaje en 2012 comencé a soñar (literal) que volvía a la ciudad pero siempre pasaba algo en mis sueños: la foto no salía, o levantaba la vista y no lograba ver “ese” edificio y me despertaba (curiosamente “ese” lugar era el Lincon Center, el que no llegué a visitar ni en la primera ni en la segunda visita. Tiene que ser una señal para volver sin dudas).

Mi sueño fue acompañado de un desafío: volver a participar en la Maratón de Nueva York (en mi ignorancia pensaba que podía hacer la distancia que yo quisiera). Entre tanto, arranqué mi carrera en la maternidad: nacieron Martina en 2014, Federico en 2015 y Juan Martín 2018. Cada niño me daba más ganas de correr y correr, pero el sueño se volvía más lejano. Entre tanto se lo contaba a mi amigos y conocidos, todos me miraban y me decían: “qué vas a ir, es imposible”. Mi esposo mismo no terminaba de poner sus fichas en mí.

Vino la pandemia y la cabeza nos cambió a muchos. Los niños crecieron un poco y, después de años de viajar con ellos a todos lados, en enero de 2022 vimos un video de los 50 años de la Maratón de Nueva York: era la vuelta de la carrera más grande… y decididamente fue lo que necesitábamos.

Mi esposo no llegó a terminar de decir “averigua, en una de esas podemos ir”. Y, bueno, ahí arrancó lo que fueron los meses más intensos y fabulosos de mi vida. Afloró una pasión desde lo más profundo de mi ser, preparamos la carrera en 6 meses, nos enfermamos de Covid (y cómo costó la recuperación). Corrimos. Nuestra primera media maratón en septiembre y derecho a las ligas mayores. Ahora nada nos queda en la altura pero nos ha llevado a seguir por este camino. Camino mi marido y yo hicimos juntos, y es un plus que se le agrega a la vivencia. Ahora nuestros hijos esperan nuestras medallas tras cada carrera.

Sentirse runner entre tantos runners

Toda la experiencia de volver a la Gran Manzana, y de esta forma, fue fabulosa. Sentirse un “runner” entre tantos “runners “, conocimos personas hermosas, llevé la bandera de Uruguay en el desfile de las Naciones, nuestros hijos pudieron verlo en directo desde casa y fue algo tan maravilloso… Lo recuerdo y me sigo emocionando. Toda esa gente, la salida, el traslado, la espera, la largada, el himno, el cañón, Frank Sinatra…

Cruzar el puente, parar a sacarse la foto, terminar de cruzarlo, mirar el reloj con una marca muy por encima de la entrenada, sentirte dueño del mundo aunque eso no tardará en pasarte factura.
Doblar y ver a toda esa gente con sus carteles “Welcome to Brooklyn”. Volver a mirar el reloj y ver que ya iban 15 kilómetros y la adrenalina a mil. Por un momento fue como estar en el parto de uno de mis hijos: mucho teórico para olvidarte de todo en la práctica, hice todo lo que no tenía que hacer y lo disfruté al máximo.

En el kilómetro 20 se me adelantó el muro, me dio de lleno en todo el cuerpo. Fueron 3 kilómetros de discusión constante con mi marido, que me no paraba de decir: “¿llegamos hasta acá para que no puedas más? ¿En serio no puedes más?” Y yo sólo quería que él siguiera para disfrutar “mi carrera, mi momento”. Nunca dudé de que podía hacerlo, pero sí supe en ese momento que no sería en las 4 horas y media que yo pretendía. Por suerte mi esposo razonó y confió en mis ganas. Él siguió a su ritmo y yo volví a disfrutar: fotos, videos, vivos en Instagram, chat con la familia y amigos que nos estaban siguiendo en vivo…

Yo sólo me repetía: debí entrenar más.

Lo gaiteros, la gente toda, los dulces que me daban los niños, las palabras de aliento… Pasados los 35 kilómetros un señor mayor (60 y largos años de cabello canoso y bien vestido) salió del público expectante para ponerse a mi lado y decirme cómo debía enderezar el cuerpo para seguir. Fue hermoso y me dio oxígeno y fuerzas para un par de metros. La Quinta Avenida se hizo eterna, ahí llegó el pensamiento que no quería que llegara: “¿qué hago acá? A quién le estoy queriendo demostrar qué cosa?” Me pasaban personas en estado físico aparentemente inferior al mío, la cabeza ya no razonaba si habían salido antes o igual que yo, sólo me repetía: “debí entrenar más”.

Al adentrarnos en el parque me llega el mensaje de mi esposo de que ya había llegado. Esos dos últimos kilómetros fueron interminables. Traté de darlo todo en una lucha constante conmigo misma. Llegar a la altura de Columbus Circle y ver a la chica con su flecha indicando la llegada, y la cabeza te dice: “ya casi, estás ahí, vos podes, podemos hacerlo”. Y ya pasó todo tan rápido: la llegada, la medalla, el poncho, la bolsa y volver caminando hasta Columbus Circle para bajar marcha atrás las escaleras.

Conclusión: Nada pudo haber sido mejor, todo se dio como debía darse… y voy a volver a por la revancha.