“Mis 210 kilómetros por las calles de Nueva York”, por Julio Molina

El corredor sevillano, que acumula más de 100 maratones, nos cuenta sus 5 en la Gran Manzana

Mi DNI dice que tengo 63 años. De esos, llevo 40 años corriendo, en los que sólo he parado para  descansar, como máximo, una semana después de cada maratón. Tampoco me he lesionado jamás. Y he acabado, hasta la fecha, 113 maratones. De ellos, 5 fueron en la Gran Manzana. Soy de ese tipo de persona que necesita inscribirse en carreras para obligarse a entrenar y, de momento, así sigo.

No digo nada nuevo si afirmo que es una maratón especial, el sueño de todos los que nos dedicamos a esto. Es lugar común el compararlo con La Meca para los musulmanes: todo corredor popular debería ir, al menos, una vez en su vida, sentir esa experiencia, ver si eso que tanto le han contado es cierto o es un cuento chino. Y ello, pese a las incomodidades de la prueba: hay que levantarse muy temprano, te llevan como si fueras una “cabeza de ganado” a un sitio de salida muy lejano y pasas muchas horas, con frío a la intemperie, con colas para hacer pis, o tomar un café caliente, antes de correr el primero de los 42.195 metros. Cuando empiezas a atravesar el Verrazano Narrows Bridge, ya es como si llevaras un maratón dentro. Y eso sin contar la odisea que has realizado previamente, para buscar alojamiento asequible, vuelos y pagar una cantidad exorbitada por un dorsal (siempre me he preguntado por qué se dice “dorsal” si se pone por delante, y no se llama “pectoral”, como lo llaman los italianos). La bolsa del corredor es de lo más normal, una camiseta, y una medalla al acabar. Pero, lo que tienes que pensar, es que por pagar 300 dólares no te dan una medalla, una camiseta y unas botellas de agua. No, no es eso: te están cortando al tráfico la capital más importante del mundo, y poniendo en la calle millones de sus vecinos que te gritan enloquecidos, para que tú, con tu culo gordo, te creas que eres un campeón mundial y protagonista de algo. Por eso es por lo que pagas, Así ya el precio no parece tan desmesurado, ¿verdad?

La esencia no ha cambiado desde mi primera vez en 1994

(Foto Julio Molina)

La primera vez fue hace muchos años, en el siglo pasado, en el lejano 1994. Era el 25 aniversario de la prueba. La esencia no ha cambiado: correr 42 kilómetros por exactamente el mismo circuito que el actual, pero cuesta trabajo pensar la de “innovaciones” que esta industria ha ido introduciendo, para engorde de sus cuentas de resultados y que entonces ni existían ni, por tanto, eran necesarias. Éramos “corredores”, en vez de “runners”. Hago un pequeño repaso mental que no deja de sorprender. No existían los modernos relojes con GPS y sensor del ritmo cardiaco, sino robustos Casios con cronómetros. No había “chips” ni alfombras lectoras, el tiempo que habías hecho lo veías el día siguiente en el periódico oficial, si lo comprabas, o al cabo de semanas cuando te llegaba por correo el diploma oficial. Ni que decir tiene que no existían geles, ni isotónicos, ni zapatillas voladoras, ni placas de carbono. Por no haber, ni había internet. Todo el trámite era a través de la agencia touroperador oficial, por vía postal. Fotografía de “carrete”, con aroma sepia. Personalmente, veo la foto y casi ni me reconozco, tenía pelo, jajajaja.

Trabajaba en un banco y, obviamente, lo tenía todo planificado. Pero coincidí, semanas antes, en una “comida de trabajo”, no con los jefes sino con los dueños del banco (unos famosos primos con gabardina, casados con unas hermanas de apellido polaco). Algún compañero comensal, en la charla distendida de la sobremesa, les indicó que yo iba a participar en la prueba y se ofrecieron a sufragarme todos los gastos, qué generosos ellos, con la condición de llevar en la camiseta la publicidad de la entidad y la promesa de que iba a terminar. Menos mal que acabé, y no muy mal, en 3h16′. Si no, tal vez, además de perder la maratón, hubiera perdido mi puesto de trabajo. Y con el dinero que me ahorré por la generosidad de esos tan desprendidos empresarios, poco más adelante condenados por estafa, pude pagarme a los pocos años, en 1997, mi segundo viaje a Nueva York.

En 1997 pude repetir

Cuando repito uno de los maratones (de alguno de ellos llevo 38 ediciones consecutivas) es porque “merece la pena” repetir. La oferta es muy amplia, los recursos escasos, y hay que seleccionar bien. En esta segunda ocasión, le comenté al touroperador que me buscara un hotel no tan caro y, sin yo saberlo, me mandó a uno que estaba a hora y media en metro de Manhatan. En esos típicos vagones sí que hice varios maratones. De esa segunda vez, tengo menos recuerdos, porque no es el impacto de la primera. Menos mal que la web de los Word Marathon Majors certifica que estuve, porque tengo la medalla de finisher, y poco más. Bueno sí hay algo más, fue mi tiempo más rápido en NY, con 3h09′ y en el puesto 1.231 de 30.000. Aprovecho para decir que no es una carrera para hacer buena marca, para eso siempre estará Berlín: a las incomodidades ya reseñadas, añádele el desnivel del perfil, con varias significativas ondulaciones, el piso extremadamente duro (creo que es de los maratones que más rigidez muscular he sentido los días posteriores) y el clima que no siempre acompaña (o mucho frío o mucho calor).

2008, una edición muy especial

(Foto Julio Molina)

Pasaron 11 años, en los que entramos en el siglo actual y en la edad moderna, y volví en 2008. Esta vez sí ya es una maratón de las “modernas”, con todos los artilugios conocidos. Y fue la primera vez que me pude zafar de la tiranía de los touroperadores porque conseguí mi dorsal por “marca”, con el consiguiente ahorro en el coste global. Yo soy muy futbolero, muy fan, porque mi padre me metió desde que era un bebé ese veneno en las venas, del Sevilla FC, el equipo con más Europa League del mundo. Ese año me puse para correr una camiseta que era una reliquia, la que utilizó un futbolista fallecido en el campo, como los héroes de las antiguas tragedias, Antonio Puerta, en el partido en el que anotó el gol más importante en la centenaria historia del club. Por casualidades de la vida, la tenía un familiar y, sin saber por qué, se la pedí para correr con ella en Nueva York. Fue una experiencia mística y mágica, esa camiseta antes de ese momento, sólo se la había puesto el jugador fallecido. Y, aunque lo hice para mí, al final se conoció y se hicieron eco algunas radios y periódicos que lo contaron.

La “maratón pirata” de 2012

La siguiente vez fue en 2012. Organizamos una numerosa expedición de amigos de mi club de Sevilla, Amigos del Parque de María Luisa, éramos más de 20 corredores. Además, como me gusta meterme en charcos y estaba de moda eso de unir carreras con causas solidarias, por motivos profesionales conocí a un emblemático futbolista del Sevilla, Frederic Kanoute, que es tan buen futbolista como mejor persona (era cliente de la oficina bancaria donde yo era director). Él, francés de nacionalidad pero maliense de origen, tiene una fundación dirigida a acoger a niños huérfanos en su país. Pensé que podíamos ayudar recaudando fondos o, al menos, dar a conocer la fundación, “armando ruido” con la excusa de nuestra participación en el maratón de NY, que es un escaparate para todo. Los dos equipos de la ciudad, tanto el Sevilla como el Betis, colaboraron, hicimos una presentación ante la prensa, nos hicieron unas camisetas personalizadas (con el escudo del Betis para los corredores béticos y con el escudo del Sevilla para los sevillistas).

Entonces ocurrió lo que no está bajo nuestro control: una semana antes del maratón un huracán tropical, el Sandy, se equivocó de ruta, viró más al norte de lo usual y, en vez de atacar las Costas del Caribe y Florida, entró de lleno en la ciudad de los rascacielos. A 6 días de la maratón, las imágenes que vimos por TV eran aterradoras, hubo 40 muertos, toda la parte sur de la ciudad devastada, sin energía eléctrica y mucha gente se había quedado sin vivienda, en la parte de Staten Island, donde es la salida del maratón. El aeropuerto JFK estaba cerrado al tráfico. Los días siguientes vimos a la directora del maratón y, sobre todo, al alcalde Bloomberg que decía que la ciudad tenía que volver a la normalidad, y que no estaba previsto la cancelación del maratón. Eso nos dio mucha alegría y pensamos que todo ya habría pasado. El aeropuerto lo abrieron el jueves y, por tanto, parte de nuestra expedición que tenía los vuelos el miércoles se quedó en tierra. Nuestro sentimiento hacia ellos era de lástima, qué mala suerte que tantos meses de ilusión, gastos y preparación se tiraban por la borda.

Yo sí volé, el viernes antes de la carrera, cargado de esperanza e ilusión. Una vez aterrizado, y en los farragosos trámites aduaneros, el funcionario de inmigración nos pregunta para qué vamos a EEUU y nos dice que acaban de anunciar que se ha cancelado la maratón. Pensamos que estaría mal informado y nos dice que atendamos a unas pantallas en la misma sala, donde estaba saliendo el alcalde anunciando la noticia, acompañado de la directora de la carrera. En ese momento se nos cae el mundo, menuda “putada” hacernos ir, con el coste que ello supone, y una vez allí, decir que no hay prueba. Bien podrían haberlo dicho hace una semana, cuando el huracán barrió la ciudad, y no habernos entretenido con tantas especulaciones y cambios de opinión. Todo eso te hace pensar mal, en que nos han utilizado para no perder la “pasta” que los miles de turistas ”corredores” y familiares que los acompañan se dejan allí esos días. En fin, estábamos desolados y jodidos, con los ánimos por los suelos, y con ganas de volver ya, pero el vuelo de regreso era el martes. Para mas “inri”, el tiempo era espectacular aunque eran evidentes los estragos causados por el paso del huracán. Todos comprendimos enseguida, con resignación, que los recursos humanos y materiales que necesita la carrera, que es una prueba festiva y una actividad de ocio, eran más necesarios en otra parte, en socorrer a personas que habían perdido todo y los necesitaban con urgencia. Nadie discutió la necesidad de cancelar, por primera vez en sus 45 años de existencia, la prueba (la segunda sería durante el Covid) sino la manera en que esta se realizó.

(Foto Julio Molina)

Ya que estábamos allí, y ya existían las redes sociales, empezó a circular por twitter la idea de que por qué no hacíamos el domingo, una maratón “pirata”. Aquella idea fue creciendo, se hicieron eco incluso los medios periodísticos españoles y quedamos, casi por distintas nacionalidades, el mismo domingo que debería haberse realizado el maratón, en la entrada de Central Park por Columbus Circle, esa última recta dónde estaba montado todo el tinglado de la meta. A las 9.00 nos juntamos allí miles de corredores, cientos de españoles, con las mismas indumentarias que íbamos a llevar en la carrera si se hubiera disputado. El Central Park tiene un perímetro de 10 kilómetros, una maratón es darle poco mas de 4 vueltas. Y a esa tarea nos encomendamos. Fue especial, una maratón espontáneo, casi todos éramos los extranjeros que estábamos allí, muy emocionante y emotivo. No se trataba de competir, sino de correr por ese privilegiado entorno, por el mero placer hedonista de hacerlo. Algunos hicieron, más que la maratón, una “tirada larga” (15, 20, o 25 kilómetros), pero unos cuantos, ¿verdad, Rafa?, como somos duros de “mollera” se nos puso “ahí” que, si habíamos venido a Nueva York, teníamos que hacer la carrera entera. Y claro que lo hicimos, con entrada traspasando la misma línea de meta “verdadera”, después de darle las 4 vueltas completas al perímetro del parque. Creo que lo hicimos 4 personas juntas, completo, Rafa, su amigo, mi inolvidable Bernardo Castro (que nos dejó en 2019 por muerte súbita mientras entrenaba) y un servidor. Hay testimonio videográfico de la prueba. Fue la primera carrera que tomé imágenes mientras corría con mi entonces flamante Iphone 3G, imágenes que después edité y les puse de banda sonora una canción de entonces un desconocido grupo llamado Vetusta Morla.

En 2013 fue la última, por ahora…

Realmente no llevo 113 maratones acabadas, porque debería incluir dos maratones “piratas”, la de Nueva York que he reseñado y otro que hicimos en 2021, en Sevilla, cuya prueba se canceló, como todas ese año por el Covid 19. Bueno, suelo decir que llevo 113+2. A todos los que acudimos a la edición del 2012, la organización nos dio la opción de elegir entre la devolución de la cuota de inscripción, con la consecuencia de que no serías admitido en la carrera los próximos 5 años. O darte la opción de correr la edición de 2013. Eso sí, sin devolverte la cuota de 2012, sino pagando otros 300 dólares por esta nueva edición. De los 20 amigos que fuimos en 2012, fui el único “gilipollas” que escogió la segunda opción: volver en 2013. Me quedé tan frustrado de ir y no poder realizar la prueba, que tenía que quitarme esa espina cuanto antes, era lo más apropiado para mi salud mental, y la más inapropiada para mi maltrecho bolsillo, claro.

Así que el 2013, fue, de momento, mi última vez. Un viaje relámpago: volé el viernes a NY y volví el lunes. Nada de turismo, únicamente ir para correr. Fui solo y una especie de agencia me buscó un alojamiento alternativo barato y una persona en mis mismas circunstancias, para compartir habitación y reducir costes. Así conocí a Koldo, un bilbaino que ya es amigo para siempre. Es lo mejor que me llevé de esa edición. Bueno, eso y una equivocación que trajo una consecuencia maravillosa. Allí, en la ciudad, coincidí de nuevo con Rafa, el administrador de esta web, y un amigo suyo, español y ejecutivo de banca, que llevaba en NY nosecuantos años. Fuimos en metro a Battery Park y de allí en ferry a la salida. Hasta entonces, siempre había ido en autobús a la salida, pero merece la pena coger el barco, por ver el skyline de Manhatann cuando empieza a clarear el día, aún con el frío de la madrugada, y en el ambiente eléctrico, las caras de nervios y ansiedad de ese barco cargado con miles de ilusionados corredores.

Bueno, y como yo, que solo era mi quinta vez, era un cateto pardillo, al lado de Rafa y su amigo, que llevaban más del doble de ediciones que yo, pues me dejé llevar, visualicé mi cajón de salida y esperamos allí, al resguardo del frío, las lentas horas de espera. Cuando en los grandes marcadores que señalan la hora exacta en que cada corredor debe ir a su “corral de salida”, salió la mía, hice lo que correspondía. Te concentran a unos 400 metros del puente Verrazano, pero ya “encajonado” en tu “corral”. Sentí algo extraño, yo no soy Kipchogue, pero veía unas fisonomías que no eran la mía Gente menos fina, mas “oronda” y con más pintas de “globeros”. Me fijé bien en los dorsales, y ellos tenían delante del número un 2 en pequeño, y yo un 1. Era el mismo cajón pero mi “oleada” era la previa….la primera, no la segunda. Qué error, ¡qué inmenso error! Me entró un ataque de pánico, empecé a avanzar entre los corredores estáticos, a saltarme las cintas que separan un cajón de otro hasta llegar al primero. Allí un amable voluntario me dijo que mi oleada estaba saliendo, y ya no era posible acercarme. Pero que no me preocupara, que saldría en esa segunda oleada, que no afectaba para nada a mi calificación, ni mi tiempo, que empezaría a contar desde que saliera. A los pocos segundos, en procesión nos llevan a la salida. Yo estaba el primero del primer cajón, vamos, como si fuera un africano. Y pude, por primera vez en las cinco ediciones, ver en primera fila y a la altura del “palco” de autoridades, todo el ritual: el canto del Himno de EEUU a “capella” por una soprano emocionadísima, las palabras del alcalde, el cañonazo de salida y, atronando el “New York, New York” de Frank Sinatra, que te pone un nudo en el corazón. Pero, además, como era de los más rápidos de esa oleada, al dar el cañonazo, me puse el primero, e hice todo el recorrido del puente por delante de todos, con 10.000 corredores por detrás. Pude visualizar lo que ven los que, de verdad, ganan. Esa experiencia me llevo y las imágenes de la salida de la CBS en las que me reconozco perfectamente. Bueno, y dos medallas finishers a la vez: la de 2012 y la de 2013.

Y, de momento, eso es todo. ¿Volveré? Quién sabe. No puedo decir que no. ¿Que si se lo aconsejo a quien no ha ido? Totalmente, es una experiencia que no se puede contar, hay que vivirla. No se puede expresar con palabras, hay que sentirla. ¿Lo mejor? La gente, que te admira, te agradece que hayas ido, te respeta, te da la enhorabuena cuando te ven orgulloso, pasear con la medalla colgada, te hacen sentir especial. La gente y la ciudad, una ciudad mágica, llena de vida, de historias, de personajes. La ciudad que nunca duerme.